Efectivamente,
yo también creo que transitar por sendas imaginarias suele ser más sencillo que
hacerlo por la vida, donde las reglas suelen cambiar de un tiempo a otro, o las
costumbres ser distintas según la cultura del país en el que nos haya tocado
vivir, y los valores pueden variar en función de la generación o del estrato
social al que pertenezcamos o, finalmente, de la experiencia vital de cada uno,
hasta el punto de que muchas veces no se puede predecir el comportamiento de
los demás. A veces, incluso nuestro propio comportamiento no es previsible a
largo plazo ni siquiera para nosotros mismos.
Yo
no sé si estamos aquí por azar o si somos fruto de una caprichosa conjunción de
acontecimientos más o menos afortunados; pero creo que, al margen de ello,
nuestro mayor poder como individuos reside en la capacidad que tenemos de
influir en nuestro entorno y contribuir así, en mayor o menor medida, a modelar
esa realidad caprichosa e impredecible. Además, es algo que hacemos de forma
inconsciente y aún a nuestro pesar.
En
cualquier caso, lo que sí parece incuestionable es que, en el ámbito de cada
uno, tenemos la potestad de decidir y somos dueños, aunque solo sea hasta
cierto punto, de nuestro destino. Lo demás y los demás pueden cambiar,
defraudarnos o frustrar nuestras expectativas o, sencillamente, desaparecer,
pero eso no aniquila nuestro entendimiento ni nuestra capacidad de reacción al
cambio y a las frustraciones y, en última instancia, la resolución de seguir
siendo nosotros a pesar de los tiempos y de los acontecimientos que puedan
desatarse a nuestro alrededor.
Por
otra parte, en la senda de nuestras vidas, esas que transitan por el occidente
desarrollado en los albores del siglo XXI, al menos nosotros tenemos la
relativa certeza de que no vamos a morir en cualquier momento, lo cual no es
cualquier cosa; aunque, naturalmente, eso no nos libra de inquietudes y
zozobras, ni nos garantiza la plena satisfacción de nuestros anhelos. Por supuesto,
todos tenemos nuestras expectativas y, a veces, estas se ven defraudadas y
ponen a prueba nuestra capacidad para creer en el futuro, en las personas y en
nosotros mismos. La diferencia radica probablemente en que los niños superan más
fácilmente los desengaños y, como en los juegos de rol, pueden retomar la
aventura al día siguiente, sobre todo si les ayudamos a enfocar el asunto,
invitándoles a perseverar o a cambiar de amigos o a tomar otro camino; cosas
que los adultos, a pesar de la experiencia vivida, no siempre sabemos hacer o
nos cuesta mucho más trabajo poner en práctica.
Así
pues, al final, como dice la canción, nada de esto fue un error, porque si
tenemos la potestad de influir en nuestro entorno, el actuar de una determinada
manera o el hecho de no hacerlo, ya sea consciente o inconscientemente,
condiciona el devenir de los acontecimientos futuros y nuestro propio futuro, y
puede contribuir también a hacer de este mundo un mundo más bonito, más humano,
menos raro (otra canción).
0 comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu comentario