Estas
vacaciones hemos estado jugando al rol con unos amigos de mis hijas que no
conocían el juego y que, desde el primer momento, se implicaron en una de esas
aventuras que se inician en una bulliciosa posada situada en algún lugar de la
Tierra Media y transcurren por ciudades en ruinas a través de pasadizos
sombríos y con el aliento de criaturas sin nombre acechando en cada rincón.
Cada
tarde, a la hora convenida, los miembros de la compañía se daban cita para
empezar la partida y luego se dejaban llevar por su imaginación para ubicarse
en un escenario misterioso y poblado de fantasmas, disputándose el mérito de
abatir una bestia horripilante o de hallar un tesoro perdido y tal vez maldito.
Hacía
tiempo que no asumía la responsabilidad de dirigir el juego y temía no estar a
la altura de las expectativas generadas entre mis jóvenes y entusiastas personajes
jugadores, pero la cosa resultó bastante bien. Supongo que se trata de tener
una imagen precisa de los escenarios, saber conducir la acción anticipándose a
las alternativas que puedan plantearse, ser capaz de sumar de cabeza y no
hacerse un lío con las tablas.
Con
todo, lo que más me preocupaba era que la acción decayera y perdiera tensión
dramática. No se trata de que los personajes crean que pueden morir en
cualquier momento, pero sí de sembrar la inquietud en sus corazones y
mantenerles expectantes ante la incertidumbre de lo que les aguarda más allá
del dintel de una puerta o del siguiente recodo del camino.
En
realidad, creo que lo he tenido fácil, porque a estas edades resulta sencillo implicarse
emocionalmente en un juego de fantasía para descubrir mundos imaginarios,
embarcarse en aventuras de final incierto desafiando a personajes siniestros y
poco compasivos y, al mismo tiempo, empatizar con quienes nos acompañan, aunque
sean personajes no jugadores de los que quizá no volvamos a saber nada más cuando
nos separemos de ellos al final del viaje. Y es que, si me apuráis, un juego de
rol es como un relato de aventuras participativo que se enriquece con la
aportación de cada uno, del que, en esta ocasión, he podido ser el narrador.
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