El
domingo una manifestación multitudinaria recorrió las calles de Paris en
muestra de rechazo al atentado perpetrado días antes contra el diario satírico
francés Charlie Hebdo. Los periódicos han calificado dicha manifestación como
una muestra de la defensa de los principios de la República, en particular de
la laicidad, y, por supuesto, de uno de los valores sacrosantos de cualquier
sociedad democrática, la libertad de expresión, y han puesto el acento en la
necesidad de un rearme ideológico frente al yihadismo.
Sin
perjuicio del valor incuestionable de estos principios, creo que los últimos
acontecimientos invitan a reflexionar también sobre las implicaciones que la
multiculturalidad tiene sobre la convivencia en esa misma sociedad que se
proclama laica y plural.
Por
su parte, el New York Times publicaba un artículo, bajo el título ‘Yo no soy
Charlie Hebdo’, en el que califica de inexacto que la mayoría afirme ‘Je suis Charile Hebdo’ o ‘Yo soy Carlie Hebdo’ porque considera
que la mayoría no practica esa clase de humor deliberadamente ofensivo en el
que considera que está especializado ese periódico.
Y
es que nuestra sociedad también proclama la necesidad de respetar las creencias,
costumbres y el pensamiento ideológico de los demás, aunque no se compartan o
incluso se rechacen abiertamente. De hecho, el pluralismo, que es también un
valor esencial en democracia, consiste precisamente en eso, en tolerar que
otros individuos o grupos sociales defiendan creencias, ideas o intereses que
no concuerdan con los que nosotros defendemos o incluso resultan opuestos a los
nuestros.
Naturalmente,
cuando esos grupos proclaman ideas que suponen una amenaza para esa sociedad
plural o atentan contra sus valores esenciales, es necesario combatirlos, pues
de lo contrario es posible encontrarse con una proliferación de movimientos
radicales o sectas de diversa orientación que amenacen abiertamente la
supervivencia del sistema.
La
cuestión está en decidir qué supone una amenaza real para el valor democrático
y qué resulta inocuo para la convivencia en esa sociedad plural. En este
sentido, nadie se cuestiona que la ablación es una práctica intolerable que
atenta contra el derecho a la integridad física de las mujeres; sin embargo, el
uso del velo en las escuelas es una cuestión mucho más controvertida y sobre la
que probablemente no se dé el mismo consenso.
Pero volviendo sobre
el tema inicial, si bien la sátira no es, en sí misma, nociva ni peligrosa, y,
probablemente, cumple una función social al ridiculizar y retratar de manera
grotesca una realidad, a veces, demasiado seria, triste o lacerante, también
hay que tener en cuenta que en sociedades desarrolladas como la francesa
convive una pluralidad de grupos étnicos, religiosos y raciales, de distinta
procedencia y sensibilidad, para los que pueden resultar ofensivas determinadas
manifestaciones de nuestra libertad de expresión; y, por otra parte, no se
puede pretender que los individuos que los conforman, recién aterrizados en el
primer mundo, comulguen desde el minuto uno con el credo occidental.
Por último, la
integración solo es posible cuando existe una verdadera igualdad de
oportunidades, porque de lo contrario, una, dos o hasta tres generaciones
después, la marginalidad y la pobreza conducen inevitablemente a la violencia y
cuando la violencia encuentra un cauce a través del que canalizar la ira y el
odio, llámese terrorismo, fascismo o fanatismo religioso, la sangre termina
derramándose sobre el altar de las libertades.
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