jueves, 6 de agosto de 2015

Las espadas y la guerra


Desde hace un par de días, la cocina de nuestra casa se ha convertido en una improvisada herrería, en la que mi hija menor y yo, como dos afanados herreros elfos, trabajamos sin descanso en la fabricación de las espadas legendarias de Kirito, el protagonista de la serie Sword Art Online. En realidad, hace semanas que mi hija venía pidiéndome que fuésemos a comprar listones de madera para fabricarlas, aunque las labores de pintura han retrasado el arranque de los trabajos hasta el martes pasado.

Recuerdo que, de niño, yo también tuve una espada de madera, que me regaló un compañero de clase cuyo tío tenía una serrería por la que pasábamos de vez en cuando a la salida del colegio. También me acuerdo de que el aserradero ocupaba una nave de gran tamaño que estaba llena de tableros y listones, del olor de la madera recién cortada y del suelo tapizado de serrín y de los recortes arrumbados aquí y allí, que yo recogía para llevármelos a casa, sin hacer caso de las protestas de Mamá, que veía con preocupación cómo debajo de mi cama se acumulaban trozos de chapa, varillas y tablas de distintas longitudes, hechuras y grosores.

Por aquel entonces, triunfaba entre nosotros una serie de televisión que se llamaba Arturo de Bretaña, de la que yo le hablaba con frecuencia a mí amigo, que grabó ese nombre en la cruceta antes de regalármela. Así que, sí, aun prescindiendo de personajes y elementos clásicos del ciclo artúrico, el protagonista de la Serie era el rey Arturo, mi espada debía ser una réplica de la legendaria Excalibur (la que corta el acero); mientras que las espadas de Kirito se llaman Elucidator (que significaría algo así como esclarecedora) y Dark repulser.

Personalmente, habría preferido que se llamarán Narsil (en quenya Luna-Sol) y Andúril (Llama del Oeste), pero entiendo que mi hija se identifique más con el joven preadolescente Kirito que con el heredero de Isildur, cuyas vicisitudes hasta recuperar el trono de Gondor estamos recordando estos días de la mano de Peter Jackson.

Por otra parte, hoy que se cumple el setenta aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, un episodio aterrador de la historia de la humanidad, aunque el hombre haya demostrado históricamente su capacidad para dañar a sus semejantes a sangre fría y cuerpo a cuerpo, sin dejarse intimidar por la sangre ni estremecerse ante el dolor ajenos. Aun así, la deshumanización de la guerra, entendida como la posibilidad de matar a distancia y de hacerlo masivamente, o de fabricar drones capaces de tomar la decisión de matar independientemente de cualquier control humano (LAWS Sistemas de Armas Autónomos Letales), de cuyas consecuencias ya están advirtiéndonos voces tan autorizadas como la de Stephen Hawking, nos coloca ante un escenario nuevo y desconocido, fuera del ámbito de la ciencia ficción, y ante un dilema ético y la necesidad de revisar el derecho de guerra y las convenciones internacionales sobre la materia (no en vano la ONU ha convocado hace poco un encuentro internacional sobre el uso bélico de estas máquinas).

A propósito de esto, he leído hoy en el periódico que, que se sepa, solo uno de los militares que participaron en la misión sobre Hiroshima, el capitán Claude Eatherly, fue capaz de pedir perdón a las víctimas de aquella masacre y no encontró para su comportamiento una justificación suficiente en el leal servicio a la patria y la obediencia debida a sus superiores, negándose a ser considerado un héroe, sumiéndose por ello en una profunda depresión y siendo internado en un psiquiátrico.

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