Después
de leer una reseña sobre la costumbre de algunos dirigentes de VOX de llevar o
usar armas de fuego y jactarse de ello en redes sociales y medios de
comunicación, estuve pensando que alguien que va armado es, probablemente,
alguien que tiene miedo.
Puedo
comprender que en un contexto determinado, en el campo de batalla o también durante
una partida de caza, no solo esté justificado sino que sea razonable y hasta
imprescindible portar armas. Es más, creo que ha habido momentos a lo largo de
la historia de la humanidad en que ir armado era la única manera de garantizar
la supervivencia, ya fuera cobrándose una presa, haciendo frente a otros
depredadores o disuadiendo a los miembros de otra tribu potencialmente hostil
de tomar por la fuerza lo que no les pertenecía, fuese un territorio de caza,
un campo de labor o un refugio del que alguien hubiera hecho su morada.
También
puedo entender que quien sobrevive en una frontera o alejado de la civilización
o forma parte de una minoría históricamente discriminada por motivos de diversa
índole, pueda llegar a temer razonablemente por su vida y la de sus allegados.
Pero creo que el hecho de que alguien, que vive en una sociedad desarrollada en
la que el monopolio del uso de la fuerza está en manos del Estado, guarde un
arma en su casa sin una finalidad determinada, revela que esa persona o esas
personas están asustadas. Y si a esto se suma el hecho de que esa sociedad
tiene un nivel bajo de delincuencia y un número también significativamente bajo
de delitos violentos, si en esa sociedad no existe una delincuencia organizada,
porque no hay redes mafiosas extorsionando a la población, ni cárteles de la
droga campando a sus anchas por las calles, y el terrorismo ha dejado de ser
una amenaza cotidiana para sus ciudadanos, quien camina por la calle con una
Smith & Wesson deformándole la chaqueta está, realmente, muy asustado.
El
líder de esa formación política se excusaba diciendo que, en el pasado, había
llevado armas para protegerse de ETA. Eso puedo entenderlo, pero también, durante
los años de plomo, hubo muchos ciudadanos que afrontaron la amenaza del
terrorismo sin llevar armas, sabiendo que cualquier día les podía tocar a ellos
y convivieron con la violencia haciendo gala de un valor que retrataba la cobardía
de sus agresores y, a veces, sus verdugos. Como quiera que el terrorismo de ETA
ya es historia, actualmente, dicho líder justificaría el hecho de seguir
llevando armas en la necesidad de proteger a sus hijos. Y, yo me pregunto,
protegerlos ¿de qué?
Cuando
se hace de noche y ya estamos todos en casa, antes de irnos a la cama, cierro
la puerta con llave, como hace tanta otra gente. Trato así de protegerme y
proteger a mi familia antes de abandonarnos al sueño, cuando somos más
vulnerables. Pero cuando cojo la bicicleta por la mañana y me pongo la chichonera
trato de protegerme a mí mismo de cualquier imprevisto que me pueda hacer caer
y golpearme la cabeza, porque qué yo me proteja la cabeza no garantiza la
seguridad de mi familia sino la mía.
Por
lo tanto, alguien que lleva una pistola debajo del sobaco, trata de protegerse
a sí mismo. Pero, me pregunto nuevamente, ¿de qué?, ¿del terrorismo yihadista?,
¿de los diputados de BILDU?, ¿de los independentistas catalanes?, ¿de los
inmigrantes irregulares?, ¿de los comunistas?, ¿de los comunistas radicales?, ¿del
diputado de Teruel Existe que con su voto hizo posible la investidura del
actual Presidente del Gobierno?, ¿de la mitad del arco parlamentario?, ¿o de
las víctimas de violencia de género?
Llegados
a este punto, esa sobreexposición de las armas, puede parecer paranoica o
reveladora de un miedo irracional; y tal vez por eso sea necesario acompañarla
de un discurso que nos induzca a considerar que nos encontramos en peligro, que
sobre nosotros se ciernen amenazas invisibles de las que no somos conscientes,
que invite incluso a los ciudadanos a portar sus propias armas para poder
protegerse y así proteger también a sus hijos. Y es que no hay nada como
propagar nuestros miedos para sentirnos menos asustados.
Alguien
dijo una vez que el hombre es verdaderamente libre cuando no teme y no desea
nada; y es que el miedo es enemigo de la libertad. Por eso es necesario huir de
los mensajes que tratan de sembrar de dudas nuestra esperanza, que, so pretexto
de garantizar nuestra seguridad frente a amenazas que no somos capaces de percibir
por nosotros mismos, ponen en riesgo nuestra capacidad para decidir libremente
y sin miedo. Y hay que recelar especialmente de quien después de sembrar dudas
a su alrededor y señalar a los enemigos invisibles que se dedican a medrar entre
nosotros, propone armar a la población para combatirlos o, al menos,
mantenerlos a raya.
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