Hace dos semanas que no piso la calle salvo para tirar la
basura y, cuando lo hago, voy provisto de guantes y uso una mascarilla que me
dan el aspecto del miembro de un equipo de desinfección que, por razones
desconocidas, se ha separado de sus compañeros y patrulla en solitario buscando
patógenos a los que estrangular con sus propias manos. Procuro bajar cuando
calculo que no voy a encontrarme con nadie; pero, invariablemente, cuando llego
al portal, se abre la puerta del ascensor y de su interior sale un vecino con
uno o dos chuchos que, sin dejarse intimidar por mi aspecto, me pasan por
delante empujando la bolsa de residuos orgánicos y embisten la puerta con
determinación canina, como si supieran que ellos no necesitan una justificación
para salir a la calle a hacer sus cosas.
Es difícil para un corredor quedarse, de la noche a la mañana, recluido entre
cuatro paredes, aunque sean las de tu propia casa, salvo que tu casa disponga
de un jardín versallesco, lo que no es el caso. Cuando sales a correr, al
terminar la sesión de ese día, siempre piensas en el día siguiente. Por
ejemplo, si las sensaciones han sido buenas y el ritmo vivo, consideras que eso
te da una excusa para tomártelo con más calma el próximo día. Y, si el fin de
semana amenaza lluvia, decides aplazar la tirada larga que tenías previsto
hacer el domingo (en contra de lo que pueda parecer, los corredores también
procrastinamos). Pero lo que no piensas es que el próximo día puede ser dentro
de ocho, diez o doce semanas, ni se te pasa por la cabeza si ese día lloverá o
si después saldrá el sol invitándote a correr chapoteando sobre las aceras
llenas de charcos.
Tal vez, si lo hubiera pensado, tan solo por un momento, ese día, al
atardecer, le habría dado una vuelta más al parque, aun a riesgo de tropezar en
la oscuridad con las raíces o golpearme la cabeza con una rama de algún árbol
solitario que decidiera salirme al paso, o de toparme con un sabueso sin una
bolsa de residuos orgánicos que ofrecerle para no tener que constatar hasta
dónde puede llegar su determinación cuando ninguna puerta se interpone en su
camino; o, esa tarde, habría corrido junto al cauce del río para fotografiar la
luna sobre el agua, remansada más allá del último puente; o tal vez habría
atravesado ese puente entre el tráfico rodado para explorar la otra orilla que
ahora se me antoja llena de misterio.
Así pues, después de un fin de semana de tregua y temiendo las indeseables
y previsibles consecuencias para nuestras siluetas y niveles de colesterol de
un encierro prolongado, teniendo en cuenta además las alternativas o, mejor,
la ausencia de ellas, la semana pasada mi mujer buscó en Youtube un
tutorial apto para todas las edades y distintos estados de forma física en que
nos encontramos los cuatro miembros de la familia, desplazamos las butacas y el
sofá para liberar el espacio necesario y levantamos de la cama a mis dos hijas,
que accedieron a sumarse a la iniciativa sin protestar demasiado.
Hemos empezado por unas rutinas sencillas y no demasiado exigentes, o eso
parecía al principio, a juzgar por la locuacidad y aspecto sonriente de la
monitora (como todos sabemos, Internet está poblado de gente oscura y cargada
de aviesas intenciones). Afortunadamente, estoy lo suficientemente seguro de mi
masculinidad como para que no me afecte mucho que todos sus tutoriales empiecen
con un invariable ‘hola guapísimas’, pero seguir el ritmo de la clase
haciendo gala de la adecuada coordinación no siempre se me da igual de bien,
algo que se encargan de poner innecesariamente de manifiesto mis dos hijas, que
aprovechan cualquier oportunidad para valorar despiadadamente las destrezas de
sus progenitores
No obstante, con el paso de los días, hemos descubierto que hay músculos
cuya existencia desconocíamos y también otros de nombre más conocido que
protestan igualmente durante días si los hacemos trabajar más de lo habitual. Y
eso está bien porque cuando alguien hace escarnio de sus mayores, sus risas van
acompañadas de unas dolorosas punzadas en el abdomen que les recuerdan que la
coordinación no basta para salir bien librado de cualquier desafío y que
burlarse de su padre es algo detestable que merece un castigo instantáneo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu comentario