Hace algún tiempo que se viene detectando en
diversos lugares del planeta un fenómeno que se conoce como el Hum, el Zumbido
de Bristol o también las Trompetas del Apocalipsis. Se trata de un sonido
persistente de baja frecuencia que parece venir de lo alto del cielo, que no
todo el mundo es capaz de percibir y que los que han podido escucharlo
califican en ocasiones como molesto y en otras como bonito o incluso armonioso.
Este fenómeno, hasta ahora sin explicación,
puede producir cierto desasosiego, sobre todo cuando coincide con otros
avatares como una pandemia que obliga a la gente a recluirse en sus casas y
deja las calles de las ciudades desiertas. Y, en tales circunstancias, después
de escucharlo, cualquiera pensaría que solo cabe esperar que un platillo
volante descienda sobre la plaza del ayuntamiento y de su interior surja un
alienígena de aspecto poco amistoso instando al alcalde a deponer cualquier
actitud beligerante, entregarle las llaves de la ciudad y decretar un toque de
queda permanente so pena de recurrir a medidas más expeditivas para hacer valer
un nuevo orden en el que el confinamiento domiciliario sería la menor de
nuestras preocupaciones; o que aparezca una cohorte celestial soplando
trompetas que todo el mundo pueda escuchar nítidamente y llamando a los
ciudadanos a comparecer a un juicio con todos los medios de prueba de que
pretendan valerse porque no admite apelaciones ni segundas instancias.
Sin embargo, transcurridos unos minutos, el
zumbido cesa de improviso de la misma forma que se inició, el ladrido de los
perros se va apagando poco a poco. la quietud se apodera nuevamente de calles y
plazas y todo vuelve a la normalidad, dejando estupefactos a aquellos que han
logrado escucharlo o sumidos en sus ensoñaciones a quienes ya no son capaces de
captar determinadas frecuencias y a los que probablemente una nave alienígena o
un ángel pregonero provocaría un sobresalto mayúsculo y algún que otro disgusto
en caso de no haber puesto en orden sus asuntos terrenales.
La situación epidemiológica actual, en la que
las olas de la pandemia se van sucediendo con diversa incidencia sobre la
población en función del área geográfica en la que nos encontremos y de parámetros
como el nivel de vacunación, la fortaleza del sistema sanitario, la dispersión
del hábitat humano o las características de la pirámide poblacional, ha sido
calificada por un prestigioso rotativo estadounidense como un apocalipsis
aburrido, para referirse al hastío que provoca en la población el anuncio de un
nuevo tsunami de contagios, que se empieza a percibir como un zumbido molesto
que nos asalta mientras estamos paseando al perro si es que todavía somos
capaces de escucharlo. Y es que, acostumbrados a las películas de los
superhéroes de Marvel, al ajetreo de los videojuegos y a la inmediatez de las
comunicaciones, cualquier acontecimiento que se prolongue en el tiempo más de
una semana se vuelve insoportablemente tedioso, aunque se trate de la misma
boca del averno vomitando rocas fundidas en las entrañas de la tierra.
Pero tal vez este apocalipsis más que aburrido
sea un apocalipsis a cámara lenta, porque esta pandemia y las otras que puedan
estar por venir o las superbacterias inmunes a los antibióticos y el cambio
climático no parece que vayan a exterminar a la especie humana en un Armagedón
vertiginoso sino que nos van a dar tiempo de reflexionar sobre los errores
cometidos y las decisiones equivocadas, la fata de previsión y el orden
desacertado de nuestras prioridades.
Es algo así como la muerte del universo tal y
como lo conocemos (es decir, del universo conocido), que en un ocaso lento pero
imparable parece que se encamina a su extinción porque ya no es capaz de
generar suficientes estrellas, o por lo menos no al mismo ritmo que cuando era
un universo joven e impetuoso, y por esta causa podría desaparecer, dando paso
en apenas unos cuantos miles de millones de años a otro mucho más oscuro y
hostil, dominado por los agujeros negros y la materia oscura.
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