jueves, 23 de diciembre de 2021

El Zumbido de Bristol

Hace algún tiempo que se viene detectando en diversos lugares del planeta un fenómeno que se conoce como el Hum, el Zumbido de Bristol o también las Trompetas del Apocalipsis. Se trata de un sonido persistente de baja frecuencia que parece venir de lo alto del cielo, que no todo el mundo es capaz de percibir y que los que han podido escucharlo califican en ocasiones como molesto y en otras como bonito o incluso armonioso.

Este fenómeno, hasta ahora sin explicación, puede producir cierto desasosiego, sobre todo cuando coincide con otros avatares como una pandemia que obliga a la gente a recluirse en sus casas y deja las calles de las ciudades desiertas. Y, en tales circunstancias, después de escucharlo, cualquiera pensaría que solo cabe esperar que un platillo volante descienda sobre la plaza del ayuntamiento y de su interior surja un alienígena de aspecto poco amistoso instando al alcalde a deponer cualquier actitud beligerante, entregarle las llaves de la ciudad y decretar un toque de queda permanente so pena de recurrir a medidas más expeditivas para hacer valer un nuevo orden en el que el confinamiento domiciliario sería la menor de nuestras preocupaciones; o que aparezca una cohorte celestial soplando trompetas que todo el mundo pueda escuchar nítidamente y llamando a los ciudadanos a comparecer a un juicio con todos los medios de prueba de que pretendan valerse porque no admite apelaciones ni segundas instancias.

Sin embargo, transcurridos unos minutos, el zumbido cesa de improviso de la misma forma que se inició, el ladrido de los perros se va apagando poco a poco. la quietud se apodera nuevamente de calles y plazas y todo vuelve a la normalidad, dejando estupefactos a aquellos que han logrado escucharlo o sumidos en sus ensoñaciones a quienes ya no son capaces de captar determinadas frecuencias y a los que probablemente una nave alienígena o un ángel pregonero provocaría un sobresalto mayúsculo y algún que otro disgusto en caso de no haber puesto en orden sus asuntos terrenales.

La situación epidemiológica actual, en la que las olas de la pandemia se van sucediendo con diversa incidencia sobre la población en función del área geográfica en la que nos encontremos y de parámetros como el nivel de vacunación, la fortaleza del sistema sanitario, la dispersión del hábitat humano o las características de la pirámide poblacional, ha sido calificada por un prestigioso rotativo estadounidense como un apocalipsis aburrido, para referirse al hastío que provoca en la población el anuncio de un nuevo tsunami de contagios, que se empieza a percibir como un zumbido molesto que nos asalta mientras estamos paseando al perro si es que todavía somos capaces de escucharlo. Y es que, acostumbrados a las películas de los superhéroes de Marvel, al ajetreo de los videojuegos y a la inmediatez de las comunicaciones, cualquier acontecimiento que se prolongue en el tiempo más de una semana se vuelve insoportablemente tedioso, aunque se trate de la misma boca del averno vomitando rocas fundidas en las entrañas de la tierra.

Pero tal vez este apocalipsis más que aburrido sea un apocalipsis a cámara lenta, porque esta pandemia y las otras que puedan estar por venir o las superbacterias inmunes a los antibióticos y el cambio climático no parece que vayan a exterminar a la especie humana en un Armagedón vertiginoso sino que nos van a dar tiempo de reflexionar sobre los errores cometidos y las decisiones equivocadas, la fata de previsión y el orden desacertado  de nuestras prioridades.

Es algo así como la muerte del universo tal y como lo conocemos (es decir, del universo conocido), que en un ocaso lento pero imparable parece que se encamina a su extinción porque ya no es capaz de generar suficientes estrellas, o por lo menos no al mismo ritmo que cuando era un universo joven e impetuoso, y por esta causa podría desaparecer, dando paso en apenas unos cuantos miles de millones de años a otro mucho más oscuro y hostil, dominado por los agujeros negros y la materia oscura.

Sea como fuere, la verdad es que no estábamos preparados para esto. Creíamos que la ciencia médica nos haría inmunes, que en cuestión de meses recuperaríamos nuestras vidas y podríamos abrazar de nuevo la libertad. Pero el oleaje pandémico no cesa y nos obliga a permanecer alerta para no ser arrastrados mar adentro a un lugar oscuro en el que resulta difícil respirar. Por eso, tal vez, para sobrevivir tengamos que acostumbrarnos a convivir con la fiera y aprender a respetar su territorio, aceptar nuestra vulnerabilidad y también el hecho de que nuestro lento declive empezó hace tiempo, cuando huyendo de una amenaza invisible y recluidos en nuestras casas escuchamos por primera vez aquel sonido extraño y armonioso, el inesperado recordatorio de nuestra fragilida

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