He escuchado que
estas Navidades el juguete más demandado ha sido una consola de videojuegos, lo
que no resulta nada sorprendente. No obstante, me ha alegrado saber que
inmediatamente después de este dispositivo de juego virtual se sitúan la muñeca
Barbie y el juego de construcción de Lego.
No sé a qué distancia
se encuentran estos dos juguetes tradicionales de la popular consola, pero en
todo caso el dato demuestra que todavía hay vida detrás de esos mundos
virtuales y anima a pensar que es posible que haya niños que prefieran seguir
construyendo con sus propias manos una casa, una fortaleza o un platillo
volante con las piezas disponibles de una caja de cartón, o manejar muñecos de
carne y hueso, o más bien de plástico y pelo sintético, a pesar de la rigidez
de sus miembros y de la inexpresividad de sus miradas, que obligan a quienes
los manejan a suplir sus carencias anatómicas insuflándoles vida a través de la
imaginación.
Sin duda, es difícil
competir con la ambientación, los gráficos y el hiperrealismo de los
videojuegos, pero que precisamente por su perfección aparente dejan muy poco
espacio a la imaginación. No es necesario suplir sus carencias porque no las
tienen. Conducen a los jugadores a través de una historia predeterminada en
todos sus parámetros y hasta el último detalle, y sólo requieren cierta pericia
en el manejo de unos mandos que puede adquirirse sin levantarse del sofá. Pero
cualquiera puede utilizar esos juegos, aunque carezca de inventiva y sea
incapaz de contar una historia o inventarse un personaje.
Comparadas con los
niños de su generación, mis hijas tardaron mucho tiempo en jugar a videojuegos,
y la mañana del día de reyes, alrededor de sus zapatitos aparecían año tras año
un ejército de muñecos, peluches y juegos de construcción. Es cierto que,
cuando se fueron haciendo mayores empezaron a demandar consolas y videojuegos,
pero sin descartar los otros juguetes. Y por aquel entonces o poco tiempo
después descubrieron, de la mano de su tío, los juegos de rol.
En ese momento habían
desarrollado lo suficiente su imaginación como para que el videojuego más
sofisticado palideciera ante su capacidad para imaginar escenarios, personajes
e infinitas alternativas a una trama que aparecía meramente esbozada y las
invitaba a ser osadas y asumir riesgos, aún sin posibilidad de rebobinar ni
volver atrás en caso de precipitarse al vacío por un error de cálculo o un
capricho del destino.
Y a lo largo de su
dilatada infancia aprendieron a recrear personajes, dotando de un carácter
singular a cada una de sus muñecas, poniéndoles voz, imitando acentos,
inventándose un pasado familiar, construyendo casas y escenarios para sus
aventuras e interaccionando la una con la otra en una sucesión de secuencias
descacharrantes. Incluso llegaron a filmar algunas de sus historias y crearon
su propio canal en Youtube.
Y ahora que se han
hecho mayores y que parece que el tiempo para jugar debería dejar paso a otros
pasatiempos, mi hija mayor está construyendo una casa de muñecas y el otro día
ella y su hermana descubrieron que había por ahí un guion escrito de una nueva
aventura de sus viejas muñecas que no habían llegado a grabar, así que
improvisaron una lectura dramatizada y, no sin algún esfuerzo, mi hija pequeña
consiguió poner voz nuevamente a todos sus personajes, algunos de los cuales
siguen manifestando unos rasgos psicóticos que los hacen impredecibles a la par que enormemente
divertidos.
Además, estas
Navidades hemos culminado su primera aventura de rol en la Tierra Media, una
aventura que se inició hace diez años y a la que hemos venido jugando padres,
tíos, primos y hasta su abuela durante todo ese tiempo, aunque sólo fuera en
las vacaciones de verano y de Navidad. Y, cómo será necesario habitar la casa
que está construyendo mi hija mayor, este año los Reyes Magos dejaron junto a
sus zapatos y los de su hermana dos nuevas muñecas, a las que habrá que poner
nombre y también voz propia, sin perjuicio de lo cual, es posible que,
aprovechando la inesperada recuperación del último guion, este año grabemos un
nuevo episodio de la saga protagonizada por las viejas, a las que la lectura
dramatizada parece haber sacado de su letargo.
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