jueves, 21 de abril de 2022

Escenas de la Semana Santa

 

Ya se ha terminado la Semana Santa y, en casa, hemos vuelto a las clases y al trabajo, con los horarios cambiados pero también con algunas horas más de sueño, que falta nos hacía.

 Por el camino, nos hemos llevado algunas estampas únicas. Y no me refiero a la silueta de un crucificado, recortándose sobre el cielo vespertino, haciendo el camino de regreso hasta su templo, sino a la variedad infinita de rostros y a la profusión de escenas que se suceden en cada esquina en la que el público se agolpa pacientemente al paso de las cofradías.

 El sábado, sin ir más lejos, mientras esperábamos el paso de la Trinidad en la Cuesta del Rosario, a nuestro lado aguardaba en actitud solemne un hombre de cuerpo robusto y barba pelirroja, nariz prominente y rostro rubicundo cuya figura recordaba una talla de las que aparecen en los misterios acompañando a Jesús camino del calvario que se acabara de bajar de la canastilla.

 El día anterior, esperando ver pasar al Cachorro delante del mercado del Arenal, unos niños de entre siete y ocho años atosigaban a los nazarenos pidiéndoles que derramaran los cirios sobre sus bolas de cera, mientras las madres parloteaban ajenas al trajín, salvo una de ellas, que apremiaba a la niña más retraída para luego decirle a su comadre en alta voz 'esta niña es tonta, es que no sé lo que le pasa, no la entiendo' Y, al mismo tiempo, animar a otro de sus vástagos a orar devotamente, al paso del Cristo, 'reza José María, reza'. Y seguidamente preguntarle si había cumplido con su deber cristiano, '¿has rezado José María?' A lo que el niño contestó confusamente que si, mientras trataba de abrirse paso entre sus primos para reclamar caramelos y estampitas de la virgen.

 El Domingo de Ramos, frente al Palacio de San Telmo, el paso del Jesús de la Victoria se detuvo delante de nosotros y pudimos escuchar con claridad las instrucciones del jerarca de los costaleros dirigida a sus compañeros, apretujados al otro lado de los respiraderos, y, en particular, a uno que respondía al nombre de 'King Kong', apelativo que nos hizo sonreír imaginando las hechuras del singular cargador, agachado bajo el peso del trono, esperando el momento de alzarse haciendo crujir la madera de su palo y aliviando así de sus fatigas al resto de la cuadrilla.

 Claro que las escenas de fervor religioso no están reñidas con la representación de algunas de nuestras flaquezas. Así, mi hija mayor todavía entra en competencia con algunos niños cuando se trata de conseguir estampas de las imágenes y pone mala cara si su madre o yo le proponemos compartirlas con los niños pequeños que extienden sus manitas mendigando caramelos al paso de los nazarenos.

 Y así, cada año. Siempre igual y siempre diferente. La vida transcurriendo ante nuestros ojos, ofreciendo en plena calle un espectáculo lleno de notas de color, poblado de personajes singulares, transitando del día hacía la noche, en una sucesión de escenas efímeras, y por eso irrepetibles, propias de un cuento interminable, de una historia sin principio ni final, llamada a perpetuarse eternamente.

 

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