domingo, 10 de mayo de 2020

Desescalada


            Con la desescalada, he vuelto a correr al aire libre. Y me encanta mirar por la ventana y preguntarme otra vez si esas nubes que van oscureciendo el cielo a medida que avanza la mañana cumplirán sus amenazas o se dejarán llevar por el mismo viento húmedo que ondula mi cortavientos cuando empiezo a trotar sobre el asfalto. Además, apenas hay coches y puedo bajar de la acera y ver como las avenidas desiertas se despliegan a mi paso, y eso me da una perspectiva inédita de los itinerarios que he seguido otras muchas veces.
            De vez en cuando me cruzo con algún ciclista. Y es que estos días las calles se han llenado de bicicletas. Es como si la gente, ante la expectativa de un paseo de una hora que no le permitiría alejarse más de un kilómetro de la puerta de su casa, se hubiera acordado de que tenía una en el trastero. Incluso aquellos que no son muy aficionados a hacer deporte, se animan a levantarse temprano para pedalear a buen ritmo durante un par de horas. Así que pienso que, a lo mejor, sería bueno que un virus atacara los motores de combustión y también los sistemas eléctricos y obligara a todo el mundo a prescindir de la tracción mecánica.
            Luego están los paseantes, aunque en esta clasificación hay varias categorías. Está la gente normal, los tontos y los muy tontos. Entre estos últimos, merecen una mención especial los encontradizos, como esas señoras que han salido de casa y casualmente se han encontrado con una amiga, así que se han ido al parque a pasear. Caminando en paralelo, eso sí, guardando entre ellas la distancia de seguridad, de manera que los demás no podamos pasar a su lado sin encimarlas. Suelen ser dos, pero también pueden ser tres o más, y procuran no contagiarse entre sí, aunque sea a costa de contagiarnos a los demás o de que algún desconocido las infecte. Claro que, en ese caso, la culpa siempre será del otro o sino del gobierno o de los chinos.
Otra categoría a la que le tengo mucha afición son los paseantes de perros, que, como no tenían bastante con sacar el chucho a cualquier hora del día o de la noche, también aprovechan las franjas horarias de los deportistas para dejar que sus mejores amigos campen a sus anchas, estableciendo sus propios perímetros de seguridad, estirando para ello sus correas de un lado a otro de la acera, no sea que algún corredor pase entre ellos y sus amigos y les tosa en el hocico.
Naturalmente, esto no quiere decir que, entre los corredores o los ciclistas no haya tontos. Ya que esta es una categoría transversal. Y es fácil reconocerlos porque normalmente van acompañados (de otros tontos), como los cuatro runners que esta mañana iban en compacto pelotón para que el rebufo, en su caso, garantizase el contagio de todo el grupo. Y es que si somos amigos es para serlo tanto en la salud como en la enfermedad. Y, bueno, lo de pedalear en pelotón a veces parece inherente a la práctica del ciclismo. Como si escaparse en solitario fuera algo reservado a los escaladores.
Y, como si no hubiera ya bastante gente capaz de hacer lo que no debe por propia iniciativa, ahora han venido los presidentes de las comunidades autónomas y los alcaldes a transmitir su malestar porque unos técnicos que permanecen ocultos en la sombra, aprovechándose de su impunidad, no dejan que sus territorios pasen a la fase siguiente de la desescalada.
Así que, después de pensarlo un poco, se me ha ocurrido que para evitar pendencias estériles, podríamos dividir a la población en dos categorías, a saber, los que quieren abandonar el confinamiento y despeñarse, quiero decir, desescalarse lo antes posible, y los que no tenemos tanta prisa y preferimos esperar el dictamen de los expertos. Propongo que a este grupo nos dejen como estamos, y al resto les permitan moverse libremente sin mascarillas ni guantes, salir en grupo, irse de bares, organizar fiestas, eventos, manifestaciones de protesta contra el Gobierno y hasta romerías. Eso sí, dentro de un territorio debidamente acotado, hasta que desarrollen la inmunidad o demuestren que todos los demás somos unos crédulos y unos timoratos.

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