Estoy
leyendo la biografía de Humboldt y no puedo dejar de sentirme intimidado por la
capacidad del explorador prusiano para adquirir un conocimiento enciclopédico
del mundo al tiempo que desarrollaba una actividad febril que le permitía caminar
continentes, explorar selvas, escalar volcanes, recabar miles de datos, hacer
mediciones en las condiciones más adversas, llenar decenas de cuadernos con sus
anotaciones, dibujar mapas, clasificar centenares de especies, hacer
experimentos, dar conferencias, mantener una abundante correspondencia y
conocer personalmente a muchos de sus contemporáneos más ilustres. Todo ello
además en una época en la que las comunicaciones y los viajes se encontraban
mediatizados por la guerra y la rivalidad entre las potencias coloniales, y en
la que la posibilidad de perecer víctima de una enfermedad, un naufragio o un
accidente fortuito estaba presente por doquier.
Así
que, después de escalar el Chimborazo en compañía de Bonpland, Montúfar y el
bueno de José de la Cruz, en medio de una ventisca despiadada, con los instrumentos
metálicos y los dedos de las manos al borde de la congelación y los pies
heridos resbalando al borde de precipicios vertiginosos, cuando cierro el libro
y me tapo los míos con mi mantita, me siento como el indigno descendiente de
una raza de gigantes venida a menos.
Para
no sucumbir al desánimo, trato de buscar alguna justificación a mi hasta ahora escasa
aportación al género humano, y pienso que después de todo yo no he heredado una
fortuna de mi madre y que Alexander puso tanto empeño en la tarea que se había
propuesto que nos dejó poco terreno que explorar a los que nacimos dos siglos
después, que si no llega a ser por eso, igual me da a mí por escalar el
Cotopaxi y la corriente de Humboldt lo mismo no se llamaba así.
Además,
yo he tenido dos hijas perfectamente capaces, gracias al ejemplo de su progenitor,
de explorar otros planetas, siempre que no haya que subir muchas cuestas ni
haga demasiado calor y los móviles tengan cobertura. Así que todavía está por
ver quien ha contribuido más al desarrollo de la humanidad. Por lo demás,
estudié una carrera universitaria que me ha permitido contribuir con mi
esfuerzo al funcionamiento armonioso de la maquinaria administrativa, litigar ante
los tribunales de justicia defendiendo los derechos del común de la ciudadanía
sin incurrir en temeridad, al menos de forma manifiesta, e impartir clases sin
que la mayoría de mis alumnos abandonaran el estado de vigilia.
También
he llegado hasta los pies del Vesubio viajando en los vagones atestados de
viajeros de la línea ferroviaria Cirumvesuviana, lo cual, aunque no lo parezca,
también tiene su mérito; he escalado la cumbre del Valdecebollas sin llegar a
deshidratarme del todo; me he bañado en el Mediterráneo, el Atlántico, el
Cantábrico, el Egeo y últimamente en el Tirreno, aunque confieso que siempre
haciendo pie, salvo en el Tirreno, pero era demasiado tarde para echarse atrás,
además estaba iniciando a mis hijas en la exploración marina y no era cuestión
de quedar como un gallina; y tengo varias caracolas en casa de cuya procedencia
estoy casi seguro.
Y
por si todo esto no fuera suficiente, os informo de que, aunque vivimos tiempos
de paz, hace meses que convivo con una pandemia que ha obligado a clausurar restaurantes
y locales de ocio en mi ciudad, a imponer el toque de queda a partir de las
diez de la noche y a decretar un confinamiento perimetral que de facto me ha
impedido continuar con mis exploraciones, justo ahora que tenía previsto volver
a viajar.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu comentario