El
viernes de la semana pasada, tomamos parte en la vigesimoséptima edición de la Carrera
Nocturna del Guadalquivir. Era la tercera vez que yo disputaba la prueba y la segunda
carrera popular de mi mujer, después de su estreno, esta primavera, en el
circuito universitario de la Pablo de Olavide, y ha supuesto el debut de las
niñas en una competición, después de tres fines de semana de carreras por el
parque, en nuestro empeño de inculcarles el hábito de correr.
La
‘Nocturna’ es una prueba ideal para estrenarse en competición, primero porque
es una carrera realmente popular, en la que la mayoría no intenta hacer una
buena marca y de lo que se trata es, tan solo, de completar el recorrido; en
segundo lugar, por su ambiente festivo, al que contribuye el hecho de que
familias y grupos de amigos se reúnan y, en ocasiones, se disfracen de
cavernícolas, pitufos o botellines de cerveza; porque el recorrido es muy
agradecido y transcurre por lugares emblemáticos de la ciudad, como la Torre
del Oro, la Maestranza o las murallas y el arco de la Macarena, que se pueden
contemplar iluminados, desde una perspectiva diferente y sin los inconvenientes
del tráfico rodado; y, además, porque el
hecho de que se dispute por la noche ayuda a soportar mejor el paso de los
kilómetros a los debutantes.
En
nuestro caso, habíamos quedado con otras dos familias, con las que solemos
coincidir en la playa durante las vacaciones; con lo que mis hijas pudieron
compartir la experiencia con sus amigos y meterse en el bolsillo al público que
se agolpaba en las avenidas al paso de los corredores, jaleando a los niños en
los lugares más concurridos, lo que provocaba que incrementasen
inconscientemente el ritmo de carrera cada vez que los vítores y los aplausos
de los espectadores les animaban a seguir adelante.
La
verdad es que no contábamos con que completasen el circuito, de más de ocho
kilómetros (una distancia respetable incluso para un adulto que no tenga
experiencia en el medio fondo), pero todos los niños terminaron la carrera,
cruzando la línea de meta al sprint, con los brazos en alto y saludando a las
cámaras ubicadas en la línea de llegada, mientras el speaker ensalzaba su
espíritu competitivo.
Durante
la prueba, fuimos alternando, a intervalos regulares, series de carrera
continua, a un ritmo suave, con tramos de recuperación, caminando durante un
par de minutos, según el programa de entrenamiento que venimos siguiendo los
fines de semana. La diferencia es que, hasta ahora, los domingos hacíamos algo más
de tres kilómetros, mientras que, el día de la prueba, casi triplicamos esa
distancia, completando el recorrido en una hora y veinte minutos
aproximadamente.
Así
que la carrera del fin de semana pasado superó, de largo, todas nuestras
expectativas. Ha sido, sin duda, la más bonita, hasta ahora, de todas mis
participaciones en la ‘Nocturna’, y ha despertado, por igual, el entusiasmo de
niños y mayores, que ya se apuntan a participar en el circuito universitario la
próxima primavera por el campus de la Pablo de Olavide.
Es verdad que para
eso todavía falta mucho y que no podemos estar seguros de que la experiencia se
repita en el futuro; pero, pase lo que pase de aquí en adelante, siempre me
quedará el recuerdo de esos cinco niños corriendo en línea flanqueados por
mi mujer y por mí, ocupando el centro de la calzada, cantando y bromeando mientras
dejaban atrás a algunos de sus padres (que, a diferencia de ellos, al día
siguiente andaban renqueando víctimas de las agujetas), despertando la admiración
a su paso y también desafiando las previsiones, en lo que al comportamiento que
de ellos podía esperarse se refiere. Y su ejemplo me ha hecho pensar que,
probablemente, son mucho más fuertes de lo que creemos y de lo que ellos mismos
se piensan, y, con el estímulo adecuado, capaces de lograr lo que para muchos
de nosotros solo son sueños, quimeras o, en el mejor de los casos, metas al
alcance de unos pocos.
1 comentarios:
No puedo dejar de emocionarme cuando leo estas líneas a pesar de que ya ha pasado más de una semana de la Nocturna. Como tampoco lo hice este fin de semana con las fotos que publicó el ayuntamiento a través del IMD: si había parecido un sueño, allí estaban las fotos para demostrarlo. Allí estaban las caras sonrientes de los niños cruzando la línea de meta, emociados y triunfantes. Creo que ellos no eran conscientes del logro alcanzado pero creo que poco a poco van siento el orgullo crecer dentro de ellos al verse en las fotos o luciendo todos, sin excepción, su camiseta naranja en el colegio o el instituto y siendo aplaudidos por sus compañeros y profesores.
En mi caso, el orgullo es mayor: mi primera nocturna y con la expectativa de correrla en parte sola y sin compañía; en cambio, allí estaban ellos acompañandome en cada kilómetro, con sus bromas y sus canciones. Uno de los mejores momentos, cuando divisaron a lo lejos la meta y todos se lanzaron al sprint como si de tortuguitas recién nacidas buscando el refugio del mar se tratasen.
Ya de vuelta en el coche, cuando eran más de las 12 de la noche mi hija me dijo: mamá, ya es tu cumple, ¡felicidades!. Felicidades a vosotros que me disteis el mejor regalo de cumpleaños.
Publicar un comentario
Déjanos tu comentario